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como un juez castiga mejor a los malos dictando sus sentencias, según razón y con ánimo
tranquilo, que dictándolas con impetuosidad y pasión, pues entonces no castiga las faltas
por lo que éstas son, sino por lo que es él mismo; así nosotros nos castigamos mejor con
arrepentimientos tranquilos y constantes, que con arrepentimientos violentos, agrios y
coléricos, pues los arrepentimientos violentos no son proporcionados a la gravedad de
nuestras culpas, sino a nuestras inclinaciones. Por ejemplo, el que ama la castidad se
revolverá con mayor amargura contra la más leve falta cometida en esta materia, y, en
cambio, se reirá de una grave murmuración en la que hubiere incurrido. Al contrario, el que
detesta la maledicencia se atormentará por haber murmurado levemente, y no hará caso de
una falta grave contra la castidad, y así de las demás faltas; y ello no es debido a otra cosa
sino a que el juicio que forman en su conciencia no es obra de la razón, sino de la pasión.
Créeme, Filotea, así como las reprensiones de un padre, hechas dulce y cordialmente,
tienen más eficacia para corregir que los enfados y los enojos; así también, cuando nuestro
corazón ha cometido alguna falta, si le reprendemos con advertencias dulces y tranquilas,
llenas más de compasión que de pasión contra él, y le animamos a enmendarse, el
arrepentimiento que concebirá entrará mucho más adentro y le penetrará mejor que no lo
haría un arrepentimiento despechado, airado y tempestuoso.
En cuanto a mí, si, por ejemplo, tuviese en grande estima, el no caer en el vicio de la
vanidad, y, no obstante, hubiese caído en una gran falta, no quisiera reprender a mi corazón
de esta manera: « ¡Qué miserable y abominable eres, porque después de tantas resoluciones,
te has dejado vencer por la vanidad! Muere de vergüenza; no levantes los ojos al cielo,
ciego, desvergonzado, traidor y desleal a tu Dios», y otras cosas parecidas, sino que
preferiría corregirle de una manera razonable y por el camino de la compasión: «Ánimo,
pobre corazón mío. He aquí que hemos caído en el precipicio que tanto habíamos querido
evitar. ¡Ah!, levantémonos y salgamos de él para siempre; acudamos a la misericordia de
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Dios y confiemos en que ella nos ayudará, para ser más resueltos en adelante, y
emprendamos el camino de la humildad. ¡Valor! seamos, desde hoy, más vigilantes; Dios
nos ayudará y podremos hacer muchas cosas». Y, sobre esta reprensión, quisiera levantar
un sólido y firme propósito de no caer más en falta y de emplear los recursos convenientes
según los consejos del director.
Pero, si alguno advierte que su corazón no se conmueve con estas suaves correcciones,
podrá echar mano de los reproches y de la reprensión dura y severa, para excitarlo a una
profunda confusión, con tal que, después de haberlo amonestado y fustigado enérgicamente,
acabe aliviándole, conduciendo su pesar y su cólera a una tierna y santa confianza en Dios,
a imitación de aquel gran arrepentido, que, al ver a su alma afligida, la alentaba de esta
manera: «¿Por qué te entristeces, alma mía, y por qué te conturbas? Espera en Dios, que yo
todavía le alabaré como la salud de mí rostro y mi verdadero Díos».
Luego, cuando tu corazón caiga, levántalo con toda suavidad, y humíllate mucho delante de
Dios por el conocimiento de tu miseria, sin maravillarte de tu caída, pues no nos ha de
sorprender que la enfermedad esté enferma, ni que la debilidad esté débil, ni que la miseria
sea miserable. Detesta, pues, con todas tus fuerzas, las ofensas que Dios ha recibido de ti, y,
con gran aliento y confianza en su misericordia, emprende de nuevo el camino de la virtud,
del que te habías alejado.
CAPÍTULO X
QUE ES MENESTER TRATAR LOS NEGOCIOS CON CUIDADO,
PERO SIN AFÁN NI INQUIETUD
El cuidado y la diligencia que hemos de poner en nuestros asuntos son cosas muy diferentes
de la preocupación, de la inquietud y del afán. Los ángeles tienen cuidado de nuestra
salvación y nos la procuran con diligencia, mas no por ello sienten inquietud, desasosiego,
ni ansia; porque el cuidado y la diligencia son propios de su caridad, pero la inquietud, el
desasosiego y el afán serían del todo contrarios a su felicidad, pues el cuidado y la
tranquilidad, y la paz del espíritu, pero no el afán, ni la inquietud, ni mucho menos la
obsesión. Seas, pues, Filotea, cuidadosa y diligente en todos los asuntos que tuvieres a tu
cargo, porque Dios te los ha confiado y quiere que los trates cual conviene; pero, si te es
posible, no andes solícita ni ansiosa, es decir, no los emprendas con inquietud, angustia y
afán. No te apresures en tu cometido, porque toda precipitación turba la razón y el juicio, y
nos impide también hacer las cosas por las cuales nos afanamos.
Cuando Nuestro Señor reprende a Santa Marta, le dice: «Marta, Marta, andas muy solícita y
te turbas por muchas cosas». ¿Ves? Si hubiese sido simplemente cuidadosa, no se hubiera
perturbado; pero, como que andaba preocupada e inquieta, se precipita y se turba, por lo
que Nuestro Señor la reprende. Los ríos que se deslizan suavemente por la llanura,
conducen grandes navíos y ricas mercancías, y las lluvias que caen suavemente en los
campos, los fecundan y los llenan de hierbas y de mieses; pero los torrentes y los ríos que
corren tumultuosamente por la tierra, arruinan sus cercanías y son inútiles para el tráfico, de
la misma manera que las lluvias violentas y tempestuosas llevan la desolación a los campos
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y a las praderas. Jamás trabajo alguno, hecho con impetuosidad y con prisas, ha llegado a
feliz término; es menester apresurarse lentamente, como lo dice el viejo adagio: «El que
corre, afirmaba Salomón, está en peligro de chocar y tropezar». Siempre obramos de prisa,
cuando obramos bien. Los moscardones meten mucho ruido y andan más afanosos que las
abejas, pero sólo fabrican cera y no miel. Así los que se afanan con un afán torturador y con
una inquietud ruidosa, nunca hacen mucho bien.
Las moscas no nos molestan por su fuerza sino por su multitud. De la misma manera los
grandes quehaceres no turban tanto como los pequeños, cuando éstos son muy numerosos.
Recibe con paz todo el trabajo que venga sobre ti, y procura atender a él ordenadamente,
haciendo unas cosas después de las otras; pero si quieres hacerlas todas a un tiempo y con
desorden, tendrás que hacer esfuerzos que fatigarán y agotarán tu espíritu, y, por lo regular,
quedarás deshecha por la angustia, y sin ningún provecho.
Y, en todos tus negocios, estriba únicamente en la providencia de Dios, pues sólo por ella
tendrán éxito tus designios; trabaja, empero, por tu parte, suavemente, para cooperar con la
Providencia, y después, cree que, si confías en Dios, el resultado que obtengas siempre será
el más provechoso para ti, ya te parezca bueno, ya malo, según tu particular juicio.
Haz como los niños, que dan una de sus manos a su padre, y, con la otra, cogen fresas o
moras junto a los cercados; asimismo, mientras vas reuniendo y manejando los bienes de
este mundo con una de tus manos, coge siempre, con la otra, la mano del Padre celestial, y
vuélvete de vez en cuando hacia Él, para ver si está contento de tu trabajo o de tus
ocupaciones, y, sobre todo, guárdate de soltarle la mano y de sustraerte a su protección, [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]
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