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-Ya falta poco -le dijo Belami a Pierre-. Simon está empe-
Zando a despertar. Lo que le ocurrió con Maria de Nofrenoy le alte-
ró grandemente.
Los tres servidores cabalgaban a la cabeza de sus tropas, hasta
que Belami hizo seña a sus jóvenes camaradas para que se unieran a
él en el extremo de la columna.
-¿Veis aquella larga nube de polvo? -preguntó, señalando hac¡1
el norte-. Esa es una de las caravanas sarracenas, que se dirige a
Meca. Es la clase de botin que Reinaldo de Chátillon difícilmente pue-
de dejar de codiciar. Si sigue con sus viejas mañas, nuestro tratado con
Saladino pronto terminará bruscamente. Estad atentos porque pue-
de haber problemas, mes braves. ¡Para eso estamos aquí en patrulla!
Por la longitud de la nube de polvo, Simon y Pierre compren.
dieron que Belami tenía razón. Debía de ser una empresa de gran
riqueza, así como un Hadj, el sagrado peregrinaje que los musulma-
nes hacen a La Meca.
-¿Quién es exactamente ese Reinaldo de Chátillon? -pregun-
tó Simon, con curiosidad-. Hemos oído contar muchas cosas sobre
sus hazañas, pero pocas sobre el hombre mismo.
Belami lanzó un bufido.
-Lo uno te dice lo otro. Se trata de un aventurero franco, de
alguna manera armado caballero, probablemente por servicios pres-
tados a algún principe inescrupuloso. Una cosa es cierta. Llegó a Tierra
Santa hace unos años y se casó con la princesa de Antioquía, que había
enviudado recientemente. Eso fue allá en 1153. Reinaldo, asimismo
conocido como Reginaldo, es el hijo menor de Godofredo, conde de
Giem, así que no tenía ni un céntimo.
»La princesa Constanza contaba con una rica dote y eso le puso
en una excelente posición. Guillermo de Tiro, el famoso cronista que
acaba de regresar a Europa, le tenía antipatía a De Chátillon y escri-
bió sin pelos en la lengua sobre su matrimonio. Algunos dicen que el
viejo cronista, arzobispo él, fue expulsado de ultramar por Reinaldo,
que nunca olvida un insulto o una injuria.
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»Como señor de Antioquía, asoló Chipre antes de que Isaac
Comnemus la ocupara. Sus excesos en Tierra Santa son bien conoci-
dos, y la persecución a que sometió al Patriarca es legendaria. Al fin
y al cabo, el Patriarca se considera que es la máxima autoridad en la
Ciudad Santa. El es el rival representativo del Papa, y De Chátillon
le trata como a un ser inferior. Os digo que Reinaldo es un rufián, un
bellaco, un embustero y un ladrón. En una ocasión le capturó Saladino.
En recompensa por las traicioneras promesas de leal amistad por par-
te de Reinaldo, el jefe sarraceno, que no miente jamás, le dejó en liber-
tad. ¡Fue una tontería!
»Reinaldo de Chátillon recompensó a Saladino por su generosi-
dad traicionando su confianza y, según se rumorea, aún sigue plane-
ando construir una flota junto a las playas del mar Rojo para conver-
tirse en el primer cruzado corsario. ¡Merde! De Chátillon no es un
cruzado. No tiene ni una pizca de sinceridad en todo su cuerpo. Se
propone saquear los puertos del mar Rojo, y las caravanas cargadas
de riquezas de Saladino para La Meca, ofrecen enormes y suculentos
botines.
»Os digo, muchachos, que tenemos que estar alerta a la espera
de serios acontecimientos como consecuencia de tanta avaricia.
Cualquier dia, se excederá, y entonces Saladino caerá sobre él y sobre
nosotros como el Angel de la Muerte Vengador.
Ninguno de ellos pensó cuán proféticas habían de resultar muy
pronto las palabras de Belamí.
En aquel momento, atravesaban una desolada zona arenosa y
poblada de hierba de pasto, en el camino a Galilea. Aquel yermo caren-
te de agua resultaba deprimente; era un llano que se elevaba hacia
dos colinas rocosas, llamadas Los Cuernos de Hattin, o Hittin como
los habían bautizado los árabes. El lugar era tan desolador que Simon
comentó:
-¡Qué sitio tan horrible! No me gustaría nada yerme atrapado
allí por paganos hostiles.
-Tienes buen ojo para los campos de batalla, Simon. Los
Cuernos de Hattin es un mal lugar para caer en una emboscada. En
la primera Cruzada, tuvo lugar ahi una matanza de cristianos y, según
dicen algunos, todavía rondan por allí los espíritus perdidos.
El veterano se santiguó, y sus jóvenes camaradas se estremecie-
a pesar de que el calor de la tarde seguía siendo opresivo.
-Supongo que se podría levantar una fortaleza en una de aque-
llas colinas, pero seria muy desolada. -El viejo servidor meneó la
cabeza-. Ahora, vamos. Faltan sólo unas pocas millas hasta Tiberias.
quiero llegar allí antes de que anochezca.
Las tropas habían desmontado y hacían caminar a sus monturas.
A una señal de Belamí, volvieron a encaramarse a las sillas y partie- [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]
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