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altura y descendíamos hacia el suelo. El yaga también se dio cuenta. Hizo un último y desesperado esfuerzo. Blandiendo la daga con la mano libre, golpeó hacia mi garganta. En el mismo instantes, le retorcí la cabeza de un modo terrible. Nos contorsionamos y nuestra feroz lucha nos fue llevando cada vez más cerca del suelo. El puñal desviado por mis frenéticos movimientos, en lugar de golpearme, se le hundió en el muslo. Un grito terrible se le escapó de los labios; su presa se aflojó mientras se desvanecía, tanto por el efecto del dolor como por mis golpes, y empezamos a caer como plomo hacia el suelo. Me esforcé para darle la vuelta y que se encontrase debajo mío; en el mismo instante, golpeamos en el suelo con terrible impacto. Me levanté titubeando, aturdido. El yaga no se movía; su cuerpo, puesto bajo el mío, había amortiguado mi caída, y debía tener rota la mitad de los huesos. Un vivo clamor resonó en mis oídos. Me volví y vi una horda de siluetas velludas que corrían hacia mí. Oí que mi nombre era voceado por un millar de gargantas. Había encontrado a los hombres de Koth. Un gigante hirsuto me estrechó la mano y me dio un golpe en la espalda que hubiera hecho tambalearse a un caballo, al tiempo que me gritaba: ¡Mano de Hierro! ¡Por las mandíbulas de Thak, Mano de Hierro! ¡Estréchame la mano, viejo guerrero! ¡Por los rayos del Infierno, no había vivido una hora tan feliz desde que le rompí la espalda al viejo Khush de Tanga! Se trataba del viejo Khossuth el Rompedor de Cráneos, tan sombrío como de costumbre, Thab el Rápido, Gutchiuk Cólera de Tigre... casi todos los hombres fuertes de Koth. Y el modo en que me golpeaban la espalda y saludaban mi llegada con sus rugidos, me reconfortó como nunca antes me había pasado en la Tierra, pues sabía que en sus grandes y sencillos corazones no había lugar para la hipocresía. ¿Dónde has estado. Mano de Hierro? exclamó Thab el Rápido . Descubrimos tu carabina hecha pedazos, en las llanuras, y a un yaga cerca, con el cráneo roto; llegamos a la conclusión de que te habían matado esos demonios alados. Pero no encontramos tu cuerpo... ¡y ahora caes del cielo luchando con otro de esos demonios! Dime, ¿no habrás llegado hasta Yugga? Se echó a reír como si acabara de gastar una broma. En efecto, he estado en Yugga, en el peñón de Yu-thia, junto al río Yogh, en el reino de Yagg contesté . ¿Dónde está Zal el Lancero? De guardia en la ciudad con el millar de hombres que dejamos en ella respondió Khossuth. 58 Gentileza de El Trauko http://go.to/trauko Su hija languidece en la Ciudad Negra dije . Y en la noche de la Luna llena, Altha, hija de Zal, morirá con otras quinientas jóvenes guras... a menos que consigamos impedirlo. Un murmullo de cólera y horror recorrió las filas de guerreros. Recorrí con la mirada aquella horda salvaje. Eran más de cuatro mil; evidentemente, no había arcos, pero todos los hombres llevaban carabina. Aquello significaba guerra y, por su número, debía tratarse de una expedición de castigo. ¿Dónde vais? pregunté. Los hombres de Khor marchan contra nosotros en número de cinco mil respondió Khossuth . Nuestras dos tribus van a enfrentarse en un combate decisivo. Nos dirigimos a su encuentro para luchar lejos de nuestras murallas y ahorrarles a las mujeres los horrores de la guerra. ¡Olvidad a los hombres de Khor! grité encolerizado . Queréis proteger a vuestras mujeres... ¡pero qué hay de las mujeres que sufren y son torturadas en el negro peñón de Yuthla! ¡Seguidme! ¡Os conduciré hasta la fortaleza de los demonios que han saqueado Almuric durante un millar de siglos! ¿Cuántos guerreros tienen? preguntó Khossuth, dudoso. Veinte mil. Los hombres que me rodeaban lanzaron un gemido. ¡Apenas somos un puñado! ¿Qué podríamos hacer frente a una horda de esas proporciones! ¡Os lo enseñaré! exclamé . ¡Os conduciré hasta el corazón de su ciudadela! ¡Hai! rugió Ghor el Oso blandiendo la pesada espada, dispuesto, como siempre, a seguir mis sugerencias . ¡Bien dicho! ¡Venid, hermanos! ¡Sigamos a Mano de Hierro! ¡Él nos enseñará el camino! ¿Y los hombres de Khor? observó Khossuth . Vienen a atacarnos. Debemos combatir con ellos. Ghor lanzó un gruñido sonoro cuando la veracidad de aquella afirmación se abrió paso en su mente. Todas las miradas se volvieron hacia mí. Dejad que yo me ocupé de ellos propuse desesperadamente . Dejad que les hable... [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ] |