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obedecerían al hechizo. Lentamente y de mala gana, volvieron a introducirse en las hendiduras y desaparecieron.
Bañado en sudor, Elric dijo triunfante:
 ¡De momento, la suerte nos acompaña! ¡O bien Jagreen Lern subestimó mis poderes, o bien esto es lo único
que logró convocar con los suyos! ¡Una prueba más de que el Caos lo está utilizando y no al revés!
 No vayas a tentar nuestra suerte hablando de ella  le advirtió Moonglum . Por lo que me has contado, estas
bestias son la gloria comparadas con lo que nos espera.
Elric lanzó una mirada iracunda a su amigo. No le hacía ninguna gracia pensar en el cometido que le esperaba.
Se acercaron a las enormes murallas de Hwamgaarl. En las murallas, que estaban inclinadas hacia afuera, de vez
en cuando aparecían las estatuas vociferantes, cuyo fin era el de disuadir a potenciales sitiadores. Esas estatuas
vociferantes eran hombres y mujeres a los que Jagreen Lern y sus antepasados habían convertido en piedra, aunque
les habían permitido conservar la vida y el don del habla. Hablaban poco, pero gritaban mucho, y sus gritos
fantasmales se elevaban por la espantosa ciudad como las voces atormentadas de los condenados, porque la suerte
que les había tocado era precisamente eso, una condena. Aquellos sonidos sollozantes eran horrendos, incluso para
Elric que estaba familiarizado con ellos. Otro sonido se mezcló con aquél, cuando el inmenso rastrillo de la puerta
principal de Hwamgaarl comenzó a subir con un chirrido dejando paso a una multitud de hombres bien armados.
 Evidentemente, los poderes mágicos de Jagreen Lern se han agotado por el momento, y los Duques del
Infierno no se rebajan a unirse a él para luchar contra dos simples mortales  dijo Elric llevando la mano a la
empuñadura de su negra espada rúnica.
Era tal el asombro de Moonglum que no lograba articular palabra. Desenvainó sus armas, pues sabía que debía
luchar y vencer sus temores antes de enfrentarse a los hombres que en ese momento corrían hacia él.
Con un salvaje aullido que ahogó los gritos de las estatuas, Tormentosa saltó de su vaina y esperó en la mano de
Elric, deseosa de beberse aquellas almas que, a su vez, le permitirían darle más fuerzas a quien la empuñaba.
Elric se encogió cuando notó el contacto de la espada en la mano húmeda. No obstante, dirigiéndose a los
soldados que avanzaban, les gritó:
 ¡Mirad, chacales! ¡Mirad esta espada! ¡Fue forjada por el Caos para destruir al Caos! ¡Venid, dejad que os
beba el alma y derrame vuestra sangre! ¡Estamos preparados!
No esperó; seguido de Moonglum, espoleo a su caballo nihrainiano y se abalanzó sobre las filas que avanzaban
lanzando mandobles a diestro y siniestro con parte del antiguo deleite.
Se encontraba tan unido a la espada infernal, que una hambrienta alegría de matar le invadió, la alegría de robar
las almas que alimentarían sus debilitadas venas con una vitalidad impía.
A pesar de que un centenar de soldados les impedía el paso, abrió entre ellos un sendero sangriento, y
Moonglum, contagiado por un frenesí parecido al de su amigo, también logró acabar con cuantos se le acercaban.
Aunque familiarizados con el horror, los soldados no tardaron en mostrarse reacios a acercarse a la espada rúnica,
que brillaba con una luz peculiar, una luz negra que traspasaba la oscuridad misma.
Riendo a carcajadas, presa de su triunfo demencial, Elric experimentó la insensible alegría que sus antepasados
debieron de sentir siglos antes, cuando conquistaron el mundo y lo obligaron a arrodillarse ante el Brillante
Imperio. El Caos luchaba contra el Caos, pero se trataba de un Caos más antiguo, de naturaleza más limpia, que
había venido a destruir a unos orgullosos pervertidos que se creían tan poderosos como los salvajes Señores
Dragones de Melniboné. A través del ensangrentado sendero que abrieron entre las filas enemigas, los dos hombres
fueron avanzando hasta llegar ante la puerta que boqueaba como las fauces de un monstruo. Elric la traspuso sin
detenerse y, riéndose a carcajadas, entró en la Ciudad de las Estatuas Vociferantes, mientras a su paso las personas
corrían a buscar refugio. .
 ¿Hacia dónde vamos ahora?  inquirió Moonglum, jadeante; ya no tenía miedo. [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]
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